La historia del café encierra una gran riqueza de matices y anécdotas. Toda una serie de detalles curiosos que han contribuido a convertir a esta popular bebida en parte del día a día y de los hábitos de miles de personas en todos los rincones del mundo.
En esta travesía, el café ha afrontado diferentes momentos clave que han forjado su identidad, entre los que destaca su llegada a Europa, allá por el año 1.600. Su desembarco no fue fácil y estuvo rodeado de múltiples sombras que llevaron a las autoridades del momento, incluso a plantearse prohibir el café al ser asociado con determinadas prácticas propias de los infieles.
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Con la etiqueta de ser una bebida de pecadores, los rumores sobre este lado más amargo del café llegaron hasta la cúpula eclesiástica buscando en ella una prohibición que bloqueara el consumo de una bebida, que ya en otros escenarios como era el caso de Egipto se había dado de bruces con la ley, al considerarse que su ingesta despertaba un espíritu crítico en la población peligroso.
De esta forma, se buscó el respaldo de la Iglesia, en concreto de Clemente VII para que fuera el encargado de poner el freno a la normalización de este producto y pasase a la historia como el Papa que prohibió el café y contribuyó con ello a un mejor funcionamiento de la sociedad.
La realidad fue muy diferente y pese a los rumores, peligros y advertencias, Clemente VII quiso ser testigo directo de esos efectos que algunos llegaron a calificar de demoníacos en torno a esta bebida. Todo un abanico de temores que impregnaban la historia del café y que hacían necesaria su eliminación inmediata del mercado para evitar males mayores.
Muchos aseguraban que el café, consumido especialmente por los musulmanes, era una especie de trampa del diablo para tentar a las personas a cometer actos que se rompían con las buenas prácticas, al igual que había pasado con el vino.
Con un aroma inconfundible y especial, el Papa Clemente VII apostó por probar el café y su sensación fue bastante positiva. El sabor de aquella bebida y las sensaciones que experimentó se alejaron de los cientos de relatos en negativo que habían llegado a sus oídos, de ahí que decidiera optar por otra línea de actuación y en lugar de prohibir el café lo acuñó como la nueva bebida.
Clemente VII no quiso así pasar a la historia como el Papa que prohibió el café, ya que tras probarlo consideró que el sabor especial de aquella bebida traída a Europa de manos de los mercaderes venecianos tenía que tener una oportunidad, ya que se trataba de todo un placer para los sentidos que era una lástima pasar por alto.
Es más, los historiadores llegan a atribuir a este Papa una frase más contundente a favor de los atributos del café, en la que, según afirman, el representante eclesiástico señaló que aquella bebida de Satanás era tan deliciosa, que «sería una auténtica lástima dejar a los infieles la exclusividad de poder degustarla”.
Su visto bueno fue determinante y de esta manera, la historia quiso que en vez de prohibir el café esta bebida de matices inconfundibles pasara a formar parte de la esencia de Italia, de sus hábitos y de sus costumbres, así como de la otros muchos rincones del mundo que tampoco han podido escapar a los encantos de una buena taza de esta bebida.